Sabido es que en
nuestras tierras se oculta una gran cantidad de dólares en billetes. Los
primeros cálculos, realizados en 2006 por la Reserva Federal, hablaban de US$
1.300 promedio por habitante, aunque esa cifra fue cuestionada recientemente y los
especialistas prefieren limitarse a sostener que, fuera de Estados Unidos,
estamos en el podio de tenedores de cash verde junto con Rusia y China, dos
economías gigantescas en comparación con la argentina.
La ubicación de
privilegio en el ránking de ahorristas dolarizados da cuenta de una conducta que
no puede enorgullecernos y que, más temprano que tarde, habrá que erradicar.
Como humanos, tendemos a
naturalizar las situaciones buenas y malas que se repiten a diario. Es, tal
vez, una forma de adaptarnos al contexto para que la vida nos resulte menos
dolorosa. En este sentido, debemos saber que la tendencia a dolarizar los ahorros no existe desde siempre. A
propósito de mi artículo “De Suiza a Estados Unidos: la nueva fuga de capitales argentinos”, meses atrás mantuve un diálogo muy enriquecedor con el
ingeniero e historiador Israel “Cacho” Lotersztain.
Recordaba él que en los
avisos clasificados de Clarín y La Nación, la venta de propiedades figuraba en
moneda local hasta junio de 1975, cuando comenzaron las publicaciones en
dólares. Su conclusión -simplificada en esta cita- era que el Rodrigazo provocó devaluación e inflación, por un lado, y atentó contra la
confianza en la moneda y las instituciones, por el otro.
CONFIANZA EN LA MONEDA
Ese diálogo despertó en
mí el deseo de ampliar la mirada sobre el tema “dólar”. Desde que me adentré en
el mundo de las ciencias a través de la sociología, comprendí que uno puede simpatizar
con una escuela teórica, pero no por ello creer que esa escuela será capaz de
explicar todas las problemáticas y que no necesita del resto para construir
conocimiento.
El concepto de confianza,
mencionado por Cacho, refiere a la creencia de que el otro, ante una situación
o en un escenario determinado, actuará de una manera que nos beneficiará o al
menos nos agradará.
Su abuso por parte de los
medios y de economistas de perfil conservador -que suelen utilizarlo para
deslegitimar a gobiernos que no son de su gusto- me distanció del concepto. No
obstante, en tiempos de cambio de autoridades, creo que se trata de un término fundamental
para incorporar al campo de la acción política.
La confianza juega un papel importante en muchas decisiones
económicas.
Perdón por la autorreferencia: el día que logre el ansiado cambio de horario
laboral, me convendrá vender el auto que uso de madrugada para ir al trabajo y
tomar el tren. ¿Pero confío en que el próximo gobierno brindará un buen
servicio y evitará conflictos con los trabajadores ferroviarios?
¿O acaso las disputas
políticas servirán de excusa una vez más para embarrar la cancha y me toparé en
el andén con un cartel como el que semanas atrás me impidió cruzar las vías del
Mitre?
Con el dólar pasa algo semejante. Tiene razón el titular
del Banco Central, Alejandro Vanoli, cuando destaca que nuestro nivel de deuda
en moneda estadounidense es bajo con relación al PBI, pero esa verdad convive
con otras dos del mismo tenor: nos está resultando muy complicado y muy caro conseguir
divisas para fortalecer las reservas y para colmo el flujo es negativo, con
muchos dólares que escapan a diario del sistema.
Hablando de esas
verdades, hace unos días escuché a Carlos Burgueño advertir en radio La Red que
son cada vez menos los “dólares genuinos” que genera la economía argentina. Se
refería concretamente a la caída del
superávit comercial, que en julio se redujo 75% respecto de un año atrás
hasta los 204 millones de dólares.
Desde el INDEC
explicaron el fenómeno a partir del derrumbe de los precios internacionales de
las materias primas. Lo cierto es que la tendencia es tan negativa como firme:
en los primeros siete meses de 2015, el superávit en el comercio con el mundo
fue de 1.437 millones de dólares, apenas un tercio de lo conseguido entre enero
y julio de 2014, cuando el saldo positivo trepó a 4.141 millones.
Suponiendo que esa
tendencia no podrá revertirse en el corto plazo, debemos pensar en otras formas genuinas de conseguir dólares,
porque las hay.
No hablo de inversiones
financieras del Estado que generen ganancias en el exterior. Tampoco, de
ingresos por turismo (hoy deficitario) ni de reformas impositivas que fijen el
pago de tributos en dólares para quienes, por ejemplo, declaren tenencias en
esa moneda.
Me refiero,
puntualmente, a los dólares en fuga y
los ya fugados del sistema.
Sólo con fines de ahorro,
las compras de dólares superaron entre enero y agosto los 4.200 millones. De
ese total, más del 90% fue retirado de los bancos.
Si algo se puede deducir
del gráfico es que el billete verde goza de la preferencia de buena parte de los
ahorristas, con funcionarios nacionales que niegan el peso del mercado
paralelo, candidatos a presidente que prometen devaluar y grupos económicos que
alientan desde sus medios la suba del oficial pensando en obtener superganancias
con sus divisas.
Detener la sangría y recuperar
los dólares guardados en el colchón o depositados en el exterior es definitivamente
una manera genuina de abastecer las escasas reservas actuales. Posiblemente, la más efectiva en el corto plazo.
Si se lograra repatriar
apenas un 10% de las divisas fugadas, los ingresos para el Banco Central
rondarían los 40.000 millones de dólares.
En ese campo es donde entra a jugar la confianza.
UN PROGRAMA DE LARGO PLAZO
En los últimos años las medidas de repatriación de capitales
declarados y no declarados fracasaron. Fueron iniciativas acotadas a muy
pocos instrumentos de inversión. No se ofreció un abanico amplio de opciones
que permitieran reincorporar esos capitales al sistema financiero. Para colmo,
el secreto bancario que impera en el mundo protege a los miles de evasores
argentinos de las garras del fisco. Sin
castigo a la vista, el temor de los infractores desaparece.
Además, las medidas
partieron de un gobierno que restringió el acceso al dólar sin reconocerlo públicamente
y modificó las reglas sobre la marcha, generando rechazo e incertidumbre entre
los actores económicos a los que se pretendía seducir.
Desde la otra vereda (el
macrismo), se pretende alentar la repatriación a partir de una marcada
devaluación del peso y de una gigantesca transferencia de riqueza hacia los
sectores hoy dolarizados. En el fondo, no se trata de una iniciativa pensada
para brindar certidumbre a los potenciales inversores. Se pretende ofrecer un
negocio de corto plazo que, como el Rodrigazo, con el tiempo terminará exacerbando
la cultura del sálvese quien pueda,
especialmente si tiene verdes en la mano.
Las condiciones
atractivas para combatir el impulso a la dolarización no pueden pasar por
ofrecer mayores rendimientos que el resto de los países (algo absolutamente pernicioso)
sino por una garantía suprapartidaria
de que se trabajará para fortalecer la moneda local y las reservas del Banco Central
y que se respetarán los contratos en todos sus detalles, incluida la
elaboración de los índices de inflación, salarios y tasas de interés que
indexan a muchos bonos de la deuda. Lo sabemos: el dibujo de las estadísticas
es una estafa que no se olvida fácilmente…
Dentro de ese pacto,
debería incluirse un acuerdo marco para el desarrollo de un mercado de capitales regulado y
transparente que acerque los distintos instrumentos de inversión al público,
de modo que sea tan sencillo comprar bonos y acciones como constituir un plazo
fijo. También, multiplicarse las opciones de inversión en pesos para vincularlas
directamente con la industria y el agro.
En la antesala de las
elecciones, a modo de puntapié, los principales candidatos, en lugar de pedir
fe y esperanza al pueblo o inflar globos amarillos, deberían hacer pública una
plataforma con las medidas económicas a tomar en caso de llegar a la
presidencia.
Si las cumplen y son
acertadas, generarán confianza. Si no, perderán legitimidad. Menos marketing político y más definiciones
programáticas.
¿Es utópico el planteo? Prefiero
pensar que es tan simple como necesario.
Me parece una muy buena entrada, Darío. Creo que diste con la puerta de entrada a un difícil camino. Pero US$ 4.200 en sólo medio año es flor de numero. Animo y éxito!
ResponderEliminarGracias, Horacio. Saludos!
ResponderEliminarExcelente articulo. Como todos los de tu blog. Gracias por influenciar a la reflexion!
ResponderEliminar