Podrá haber crisis
sistémicas, podrán derrumbarse los precios del petróleo y otras materias primas,
podrán quebrar los Estados más endeudados de Europa y multiplicarse las guerras
en Medio Oriente, pero el mundo seguirá girando, iluminado por el faro de los
grandes fondos de inversión y las multinacionales. Para estar en el camino
correcto y captar dólares, mejor seguir su luz, piensan en la Casa Rosada.
Bajo el amparo de esa
premisa, el Gobierno busca garantizar las ganancias corporativas a costa del
salario de los trabajadores. Sin mano de
obra barata ni libre flujo del dinero, la Argentina no atraerá inversiones,
indica la hipótesis oficial.
De lo contrario, ¿cómo
justificar el apuro en subir tarifas y peajes o en eliminar retenciones a
sectores concentrados del campo cuando se le propone al Congreso demorar hasta un año la actualización de las escalas en el impuesto a las ganancias
sobre los salarios?
¿O cómo explicar la
pérdida de 3.300 millones de pesos anuales en beneficios impositivos a la
industria minera con el presunto objetivo de crear empleos en el sector cuando las mismas autoridades no se
estremecen ante la pérdida de más de 100.000 puestos de trabajo en apenas dos meses?
Por lo visto, el motor de la economía cambió. Se pasó
de un ciclo de aliento al consumo con altos niveles de empleo registrado y no
registrado, gasto y déficit fiscal en aumento, creciente emisión monetaria,
suba de precios y salarios y uso de reservas para financiar al Estado, a otro ciclo
donde, por un lado, se consiente a grandes empresas con una devaluación marcada
que bajó los costos de producción en dólares y, por otro, se aspira a colocar
deuda en el exterior para engrosar las arcas del Banco Central y disimular los
efectos de la eliminación de impuestos sobre el capital.
Si aquel ciclo
mostraba claras señales de agotamiento, el actual combina ortodoxia con falta
de imaginación necesaria para iniciar una etapa fructuosa en la economía.
Este cambio requiere
de un nuevo relato que legitime las
medidas tomadas y por tomar. Su esencia queda
al descubierto cuando de negociar salarios se trata:
Conocido es el
principio de que los salarios suben por escalera y los precios, por ascensor.
Refiere a velocidades, no a metas: mientras el costo de vida aumenta semana a
semana, los sueldos se actualizan cada seis meses o un año. Durante ese período
sin aumento en sus ingresos, el bolsillo del trabajador pierde poder de compra.
A la hora de poner
límites a las paritarias, el relato oficial no sólo ignora esta diferencia de velocidades
sino que además impone una regla novedosa: desde
ahora los salarios deben negociarse pensando en la inflación futura y no en lo
que sucedió el año anterior.
En consonancia con
esta postura, luego de pronosticar que la suba de precios se desacelerará este
año, el Gobierno fijó un techo del 30% en las negociaciones con los sindicatos.
Para las autoridades, si la inflación no supera esa cifra, no habrá por qué sentarse
a discutir nuevamente en el Ministerio de Trabajo.
Quienes debimos
participar en paritarias hace ya una década, cuando comenzó el ciclo
inflacionario que el INDEC intentó ocultar, sabemos que aquí no existe el
dilema del huevo y la gallina. Primero
fue el aumento de precios y luego, la discusión para actualizar los sueldos.
Hasta el momento, observando
los acuerdos alcanzados, puede decirse que el nuevo relato ha triunfado en su
propósito de obviar la inflación de 2015, que promedió el 31,6% en la provincia de San Luis, donde supuestamente se elabora un
índice fiable.
El fantasma de los despidos fortalece la estrategia oficial. Como dijo el ministro Alfonso Prat-Gay, ¿cuántos gremios querrán arriesgar empleos en la pelea por los
salarios?