lunes, 14 de marzo de 2016

SALARIOS: DESMENUZANDO EL RELATO

Podrá haber crisis sistémicas, podrán derrumbarse los precios del petróleo y otras materias primas, podrán quebrar los Estados más endeudados de Europa y multiplicarse las guerras en Medio Oriente, pero el mundo seguirá girando, iluminado por el faro de los grandes fondos de inversión y las multinacionales. Para estar en el camino correcto y captar dólares, mejor seguir su luz, piensan en la Casa Rosada.

Bajo el amparo de esa premisa, el Gobierno busca garantizar las ganancias corporativas a costa del salario de los trabajadores. Sin mano de obra barata ni libre flujo del dinero, la Argentina no atraerá inversiones, indica la hipótesis oficial.

De lo contrario, ¿cómo justificar el apuro en subir tarifas y peajes o en eliminar retenciones a sectores concentrados del campo cuando se le propone al Congreso demorar hasta un año la actualización de las escalas en el impuesto a las ganancias sobre los salarios?

¿O cómo explicar la pérdida de 3.300 millones de pesos anuales en beneficios impositivos a la industria minera con el presunto objetivo de crear empleos en el sector cuando las mismas autoridades no se estremecen ante la pérdida de más de 100.000 puestos de trabajo en apenas dos meses?

Por lo visto, el motor de la economía cambió. Se pasó de un ciclo de aliento al consumo con altos niveles de empleo registrado y no registrado, gasto y déficit fiscal en aumento, creciente emisión monetaria, suba de precios y salarios y uso de reservas para financiar al Estado, a otro ciclo donde, por un lado, se consiente a grandes empresas con una devaluación marcada que bajó los costos de producción en dólares y, por otro, se aspira a colocar deuda en el exterior para engrosar las arcas del Banco Central y disimular los efectos de la eliminación de impuestos sobre el capital.

Si aquel ciclo mostraba claras señales de agotamiento, el actual combina ortodoxia con falta de imaginación necesaria para iniciar una etapa fructuosa en la economía.

Este cambio requiere de un nuevo relato que legitime las medidas tomadas y por tomar. Su esencia queda al descubierto cuando de negociar salarios se trata:

Conocido es el principio de que los salarios suben por escalera y los precios, por ascensor. Refiere a velocidades, no a metas: mientras el costo de vida aumenta semana a semana, los sueldos se actualizan cada seis meses o un año. Durante ese período sin aumento en sus ingresos, el bolsillo del trabajador pierde poder de compra.

A la hora de poner límites a las paritarias, el relato oficial no sólo ignora esta diferencia de velocidades sino que además impone una regla novedosa: desde ahora los salarios deben negociarse pensando en la inflación futura y no en lo que sucedió el año anterior.

En consonancia con esta postura, luego de pronosticar que la suba de precios se desacelerará este año, el Gobierno fijó un techo del 30% en las negociaciones con los sindicatos. Para las autoridades, si la inflación no supera esa cifra, no habrá por qué sentarse a discutir nuevamente en el Ministerio de Trabajo.

Quienes debimos participar en paritarias hace ya una década, cuando comenzó el ciclo inflacionario que el INDEC intentó ocultar, sabemos que aquí no existe el dilema del huevo y la gallina. Primero fue el aumento de precios y luego, la discusión para actualizar los sueldos.

Hasta el momento, observando los acuerdos alcanzados, puede decirse que el nuevo relato ha triunfado en su propósito de obviar la inflación de 2015, que promedió el 31,6% en la provincia de San Luis, donde supuestamente se elabora un índice fiable.

El fantasma de los despidos fortalece la estrategia oficial. Como dijo el ministro Alfonso Prat-Gay, ¿cuántos gremios querrán arriesgar empleos en la pelea por los salarios?