* Para sus
lectores y quienes quieran conocerlo: este post incluye, al finalizar el
artículo, una nota suya sobre el tema de la devaluación, dos entrevistas con
definiciones muy interesantes acerca del periodismo y la política y links a algunos
de sus últimos artículos, que, por distintas razones, siguen vigentes.
Las
elecciones se aproximan y el debate brilla por su ausencia. Ante los medios,
los candidatos evitan hablar de las medidas que tomarán o explicar cómo las
implementarán y prefieren criticar a sus oponentes por el camino que, se
supone, elegirán en caso de ganar.
No
obstante, de ese mar de críticas se pueden extraer definiciones interesantes
sobre temas que preocupan a la sociedad.
Uno de
esos temas es el
tipo de cambio.
En
líneas generales, para los candidatos más conservadores resulta indispensable
devaluar el peso para mejorar la competitividad de la economía. Para los
progresistas, debe evitarse una suba del dólar que dispare los precios y
reduzca el poder de compra de los asalariados.
Llamativamente,
los contendientes y sus asesores parecen no atender a la realidad: hace siete
años, tras el estallido de la crisis internacional, el dólar tomó un camino
alcista del que ya no pudo escapar y que por momentos profundizó, en especial
cuando la pérdida de reservas, el desequilibrio fiscal y el estancamiento
económico alentaron especulaciones en la City.
Podría decirse
que unos piden que suceda lo que ya sucede (la devaluación del peso) y otros
advierten sobre el peligro de que ocurra lo que en efecto ocurre, aunque por
momentos lo olvidan.
El
gráfico permite observar un dólar oficial que entre 2003 y 2008 se negoció en
torno de los 3 pesos y que luego, en un período similar de tiempo, triplicó su valor:
En una
primera aproximación, resulta sorprendente que el debate mediático derroche
tinta en la moneda cuando, de hecho, hay una marcada devaluación en curso.
Una
mirada más atenta obliga a interpretar ambas posturas:
Quienes
llaman a devaluar desde una óptica conservadora, en realidad pretenden un salto
abrupto del tipo de cambio en beneficio del capital y en perjuicio del trabajo.
Esperan
que los salarios medidos en dólares bajen de inmediato, que las empresas
mejoren sus márgenes de ganancia en el corto plazo gracias a la suba de precios
y que aumente la riqueza de quienes poseen activos en el exterior y de las
compañías que exportan sus productos.
Poco o
nada dicen de los efectos no deseados en el bolsillo de los trabajadores…
En la
otra orilla, también reina el “mejor no hablar de ciertas cosas”. Cuando se
vincula la suba del dólar únicamente con el juego oscuro de los especuladores,
se pasan por alto las fallas estructurales que impulsan la demanda genuina de
“verdes” y, a la vez, facilitan los ataques.
Un
ejemplo es la política de desendeudamiento que implementó el Gobierno. En un
primer momento, resultó acertada, pero luego se convirtió en un mandamiento que
limó las reservas internacionales y generó un terreno fértil para las
especulaciones con el dólar.
Quien
tiene 50 y debe pagar 100 en dos cuotas, no puede destinar todos sus ahorros a
pagar la primera cuota porque se tornará un deudor sin fondos y, por lo tanto,
sin cintura para sortear los embates del capital financiero, que buscará
provocar una corrida cambiaria (devaluación) para luego comprar los activos
locales a precios de remate.
Demonizar
la emisión de bonos en dólares y saldar vencimientos preferentemente con
reservas implica desconocer que hay distintas maneras de endeudarse. No es lo mismo tomar dinero para financiar gastos
corrientes y disimular una mala administración que hacerlo para crecer y
generar recursos.
Mientras
que en los ’90 se tomaron prestadas divisas para cubrir el déficit comercial
derivado de la sobrevaluación del peso y pagar los crecientes intereses de esa
misma deuda, las últimas colocaciones internacionales de bonos de YPF,
controlada por el Estado, nos hablan de emisiones pensadas para engrosar las
reservas y, a la vez, incrementar la producción nacional de hidrocarburos.
Encerrada
en su laberinto, la demonización del endeudamiento terminó debilitando las
defensas y forzando en los últimos meses un giro en el discurso de algunos
funcionarios que -imaginamos- se extenderá durante el próximo gobierno,
probablemente sciolista/kirchnerista. Un mes después de nuestro artículo “BONAR 24: ¿Se terminó el ciclo del
desendeudamiento?”, el presidente del Banco Central, Alejandro
Vanoli, tomó la posta y afirmó que “la etapa del desendeudamiento en la Argentina
tocó un piso”.
Creemos
que devaluar o
no devaluar no es la única cuestión a resolver. Ni siquiera es la más urgente en un mundo que no logra
escapar de la crisis y amenaza constantemente con estallar. Puede que no sea
sencillo alimentar las reservas y reducir el déficit fiscal, pero es tan
importante como seguir fomentando el desarrollo de la industria y la creación
de empleo.
EL RECUERDO DE JULIO NUDLER
Lo
cierto es que el debate sobre la necesidad de devaluar la moneda no es nuevo.
Se planteaba, tal vez con mayor dramatismo, cuando el menemismo llegaba a su
fin y la Alianza asomaba con fuerza.
Para
repensar las posturas que hoy se asumen de antemano y abrirse a una discusión
sincera, traigo al presente una nota de mi padre, Julio Nudler, quien nos dejó
su legado hace exactamente diez años.
En este
27 de julio quiero evocar su figura como maestro de periodistas y regalarle un
mimo a pesar de la distancia infinita.
La nota
es de agosto del ‘99 y anticipaba una discusión que recorrió los pasillos del
Ministerio de Economía del gobierno de la Alianza. Finalmente, aquellas voces
fueron acalladas por intereses políticos y económicos y no hubo lugar para una
salida ordenada de la Convertibilidad.
El
escenario era otro. Por entonces, los desequilibrios no se cubrían con una
mayor emisión de pesos sino con gigantescas colocaciones de deuda en moneda
extranjera. No aumentaban los precios, aunque sí la dependencia.
Va la nota y, más abajo, un bonus track imperdible:
PÁJAROS DE MAL AGÜERO, por Julio Nudler
Desde
hace casi cinco años almuerzan jueves por medio. El plato central es siempre el
mismo: devaluación con fritas o puré, a veces a la coreana, otras a la rusa, y
más recientemente a la brasileña. Sueñan con el día en que su apetecido manjar
les sea servido alla argentina, aunque no concuerdan sobre todos los
ingredientes de la receta ni el chef más idóneo para prepararla. Los conjurados
son nueve. Dicen que predican la devaluación por afán de verdad y amor a la
patria, pero hay gente que los mira como a pájaros de mal agüero. Se llaman
Héctor Valle (desarrollismo y Frepaso), Eduardo Conesa (ex Fuerza Republicana),
Eduardo Curia (justicialismo), Daniel Pérez Enri (UCR), Roberto Favelevic
(UIA), etcétera. Juan José Guaresti (nieto), director del Banco Central entre
1983 y 1985 por decisión de Raúl Alfonsín, conservador de tinte nacionalista,
oficia de anfitrión en su viejo estudio de la calle Tucumán, donde cuelga una
panoplia por encima de la boiserie, como presagiando guerra. Los miembros de
esta cruzada sienten que, por decir la verdad que otros callan, se los condena
al ostracismo. Dicen saber que la verdad a menudo devora a quienes la levantan.
Lo sintió en carne propia el aristócrata Winston Churchill, quien por haber
denunciado, aun antes del Tercer Reich, que Hitler era el gran peligro para Europa,
fue gradualmente apartado de la sociedad inglesa. El comienzo de la guerra lo
salvó de la ruina, porque lo habían convertido en un paria. De todas formas,
los pertinaces miembros del llamado Encuentro de Economistas Argentinos no se
sienten tan solos en el mundo. Citan por ejemplo a los economistas Jeffrey
Sachs y Paul Samuelson, ambos de posición contraria a la convertibilidad y al
tipo de cambio fijo, y hasta un escrito de Robert Rubin, secretario del Tesoro
estadounidense, en el que hace años indicó que el peso estaba sobrevaluado y
esto le ocasionaría toda suerte de problemas a la Argentina. Del pensamiento
vivo de los devaluacionistas pueden espigarse las siguientes convicciones.
* La
devaluación es inevitable. Y hay sólo dos clases de devaluación: la que hacen
los gobiernos y las que impone el mercado.
* En la
Argentina hubo dos devaluaciones exitosas, hechas por el gobierno: la de
Krieger Vasena en 1967 y la de Sourrouille en 1985. Al día siguiente el país
respiró y ese aire le alcanzó por cierto tiempo. Hubo también devaluaciones
fracasadas, como la de Federico Pinedo en 1962. Al día siguiente lo echaron. Lo
único que había hecho era devaluar, sin haber preparado otro conjunto de
medidas.
* Las
devaluaciones decididas por los mercados nunca son exitosas, porque los
mercados deciden normalmente a expensas de los pueblos.
* Las
devaluaciones no deben improvisarse ni son para improvisados. Un gobierno
serio, firme, capaz, puede organizar una devaluación con bajo costo. Algún
costo siempre habrá: no hay devaluaciones gratuitas. Pero por el camino actual,
la Argentina no tiene salida.
* El
país está en crisis por la sobrevaluación del peso. Los dos principios básicos
de una buena economía son una moneda correctamente valuada y un presupuesto
estatal en equilibrio. Si hay algún desequilibrio, que sea para obras y no para
ñoquis.
* Cada
día hay más deuda, más intereses a pagar y más déficit fiscal. En el 2000 la
Argentina tiene que juntar 24.000 millones de dólares. Con sobrevaluación
cambiaria no pueden aumentarse las exportaciones ni reducirse la desocupación.
Esta paridad convierte al desempleo y la caída de empresas en estructurales. El
Estado, en vez de emitir moneda, emite deuda, externa sobre todo. Este es otro
de los morbos provocados por la sobrevaluación.
* La
economía argentina no es improductiva. El agro soporta altas tasas de interés y
peajes que son exacciones legalizadas, y aun así compite con la producción de
países que subsidian al campo. La Argentina prefiere, al sobrevaluar el peso,
subsidiar al productor extranjero.
*
Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial, empezó con un marco
infravaluado. Lo mismo ocurrió con Japón y posteriormente con Corea. Para
lanzar a la Argentina a exportar no basta con eliminar la sobrevaluación
cambiaria. El peso debería estar subvaluado.
* Los
que afirman que una devaluación provocaría un aumento equivalente de los
precios, por lo que resultaría inútil además de desastrosa, no leen los diarios
desde hace años. Inglaterra devaluó la libra en 1992, y también fueron
devaluados el franco francés, la corona sueca, la peseta, el won coreano y el
real. En ninguno de esos casos hubo una estampida de precios. En la Argentina
hay un tremendo margen de capacidad ociosa. Ante una devaluación, lo más
probable es que haya sólo un pequeño reacomodamiento de precios, como sucedió
este año en Brasil.
* Al
problema de los endeudados en dólares habrá que darle alguna solución política,
aunque hay que admitir que la devaluación causará algún dolor. Pero es preciso
que anticiparse a un dolor futuro que será mayor. El camino del desajuste
cambiario no lleva a ninguna parte.
* Al
haber atado el peso al dólar, la Argentina renunció a su soberanía cambiaria.
Pero todos los países del mundo, salvo éste, Hong Kong, Bulgaria, Panamá,
Sierra Leona, Monrovia y otros pocos y no significativos, preservan la facultad
de modificar su paridad de acuerdo a las necesidades de sus economías. Fue
razonable atar el peso en 1991, tras la hiperinflación, pero sólo como un
recurso temporario.
* Los encuentristas
sienten desconfianza hacia la globalización y el liberalismo inculcado a los
argentinos por universidades de países que no lo aplican. Salvo la Argentina,
todos los países protegen su producción nacional. Aunque sea paradójico, hoy
devaluar es nacionalista.
*
Quizás exista el peligro de que la devaluación se convierta en una profecía
autocumplida: tanto hablar de ella que al final no quede más remedio que
devaluar. En ese momento, los devaluacionistas de la primera hora serán los
chivos expiatorios. Pero el Encuentro no acepta ese mochuelo: la Argentina
devaluará --o, más probablemente, la van a devaluar--, no porque lo haya
predicado un pequeño club de economistas algo exóticos, sino por la fuerza de
los hechos. Lula, ese líder brasileño supuestamente izquierdista que tiene
tantos votos como todo el electorado argentino, decía en agosto del año pasado
que el real estaba muy sobrevaluado. Cardoso lo negó, ganó las elecciones y
poco después a Brasil lo devaluaron en un 40 por ciento, luego de haber perdido
40.000 millones de dólares. Todo por no devaluar cuando Lula lo dijo.
* Acá
no hay ningún Lula. Ninguno de los mayores candidatos admite la devaluación.
Pero eso es lo que dicen. Franklin Delano Roosevelt prometió a sus votantes que
nunca haría entrar en guerra a Estados Unidos, pero ya en ese momento tenía
resuelto declarar la guerra.
* Para
el próximo presidente hay dos alternativas. Una es esperar que los hechos
ocurran, y apechugar. La otra, tirarse a la pileta y devaluar. El que haga esto
último puede terminar en la gloria o en el patíbulo, y más probablemente en
éste.
BONUS TRACK
Dos entrevistas con
definiciones de Julio Nudler sobre periodismo y política:
Algunas de las últimas notas de Julio Nudler que queremos recordar:
-
De
títeres y titiriteros (La nota que Página/12 no quiso publicar. Para repasar la crónica de la censura, presione aquí)
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