viernes, 11 de septiembre de 2015

RECUPERAR DÓLARES, EL DESAFÍO

Sabido es que en nuestras tierras se oculta una gran cantidad de dólares en billetes. Los primeros cálculos, realizados en 2006 por la Reserva Federal, hablaban de US$ 1.300 promedio por habitante, aunque esa cifra fue cuestionada recientemente y los especialistas prefieren limitarse a sostener que, fuera de Estados Unidos, estamos en el podio de tenedores de cash verde junto con Rusia y China, dos economías gigantescas en comparación con la argentina.

La ubicación de privilegio en el ránking de ahorristas dolarizados da cuenta de una conducta que no puede enorgullecernos y que, más temprano que tarde, habrá que erradicar.

Como humanos, tendemos a naturalizar las situaciones buenas y malas que se repiten a diario. Es, tal vez, una forma de adaptarnos al contexto para que la vida nos resulte menos dolorosa. En este sentido, debemos saber que la tendencia a dolarizar los ahorros no existe desde siempre. A propósito de mi artículo “De Suiza a Estados Unidos: la nueva fuga de capitales argentinos”, meses atrás mantuve un diálogo muy enriquecedor con el ingeniero e historiador Israel “Cacho” Lotersztain.

Recordaba él que en los avisos clasificados de Clarín y La Nación, la venta de propiedades figuraba en moneda local hasta junio de 1975, cuando comenzaron las publicaciones en dólares. Su conclusión -simplificada en esta cita- era que el Rodrigazo provocó devaluación e inflación, por un lado, y atentó contra la confianza en la moneda y las instituciones, por el otro.       

CONFIANZA EN LA MONEDA

Ese diálogo despertó en mí el deseo de ampliar la mirada sobre el tema “dólar”. Desde que me adentré en el mundo de las ciencias a través de la sociología, comprendí que uno puede simpatizar con una escuela teórica, pero no por ello creer que esa escuela será capaz de explicar todas las problemáticas y que no necesita del resto para construir conocimiento.

El concepto de confianza, mencionado por Cacho, refiere a la creencia de que el otro, ante una situación o en un escenario determinado, actuará de una manera que nos beneficiará o al menos nos agradará.

Su abuso por parte de los medios y de economistas de perfil conservador -que suelen utilizarlo para deslegitimar a gobiernos que no son de su gusto- me distanció del concepto. No obstante, en tiempos de cambio de autoridades, creo que se trata de un término fundamental para incorporar al campo de la acción política.

La confianza juega un papel importante en muchas decisiones económicas. Perdón por la autorreferencia: el día que logre el ansiado cambio de horario laboral, me convendrá vender el auto que uso de madrugada para ir al trabajo y tomar el tren. ¿Pero confío en que el próximo gobierno brindará un buen servicio y evitará conflictos con los trabajadores ferroviarios?

¿O acaso las disputas políticas servirán de excusa una vez más para embarrar la cancha y me toparé en el andén con un cartel como el que semanas atrás me impidió cruzar las vías del Mitre?



Con el dólar pasa algo semejante. Tiene razón el titular del Banco Central, Alejandro Vanoli, cuando destaca que nuestro nivel de deuda en moneda estadounidense es bajo con relación al PBI, pero esa verdad convive con otras dos del mismo tenor: nos está resultando muy complicado y muy caro conseguir divisas para fortalecer las reservas y para colmo el flujo es negativo, con muchos dólares que escapan a diario del sistema.

Hablando de esas verdades, hace unos días escuché a Carlos Burgueño advertir en radio La Red que son cada vez menos los “dólares genuinos” que genera la economía argentina. Se refería concretamente a la caída del superávit comercial, que en julio se redujo 75% respecto de un año atrás hasta los 204 millones de dólares.

Desde el INDEC explicaron el fenómeno a partir del derrumbe de los precios internacionales de las materias primas. Lo cierto es que la tendencia es tan negativa como firme: en los primeros siete meses de 2015, el superávit en el comercio con el mundo fue de 1.437 millones de dólares, apenas un tercio de lo conseguido entre enero y julio de 2014, cuando el saldo positivo trepó a 4.141 millones.



Suponiendo que esa tendencia no podrá revertirse en el corto plazo, debemos pensar en otras formas genuinas de conseguir dólares, porque las hay.

No hablo de inversiones financieras del Estado que generen ganancias en el exterior. Tampoco, de ingresos por turismo (hoy deficitario) ni de reformas impositivas que fijen el pago de tributos en dólares para quienes, por ejemplo, declaren tenencias en esa moneda.

Me refiero, puntualmente, a los dólares en fuga y los ya fugados del sistema.

Sólo con fines de ahorro, las compras de dólares superaron entre enero y agosto los 4.200 millones. De ese total, más del 90% fue retirado de los bancos.



Si algo se puede deducir del gráfico es que el billete verde goza de la preferencia de buena parte de los ahorristas, con funcionarios nacionales que niegan el peso del mercado paralelo, candidatos a presidente que prometen devaluar y grupos económicos que alientan desde sus medios la suba del oficial pensando en obtener superganancias con sus divisas.

Detener la sangría y recuperar los dólares guardados en el colchón o depositados en el exterior es definitivamente una manera genuina de abastecer las escasas reservas actuales. Posiblemente, la más efectiva en el corto plazo.

Si se lograra repatriar apenas un 10% de las divisas fugadas, los ingresos para el Banco Central rondarían los 40.000 millones de dólares. En ese campo es donde entra a jugar la confianza.

UN PROGRAMA DE LARGO PLAZO

En los últimos años las medidas de repatriación de capitales declarados y no declarados fracasaron. Fueron iniciativas acotadas a muy pocos instrumentos de inversión. No se ofreció un abanico amplio de opciones que permitieran reincorporar esos capitales al sistema financiero. Para colmo, el secreto bancario que impera en el mundo protege a los miles de evasores argentinos de las garras del fisco. Sin castigo a la vista, el temor de los infractores desaparece.

Además, las medidas partieron de un gobierno que restringió el acceso al dólar sin reconocerlo públicamente y modificó las reglas sobre la marcha, generando rechazo e incertidumbre entre los actores económicos a los que se pretendía seducir.

Desde la otra vereda (el macrismo), se pretende alentar la repatriación a partir de una marcada devaluación del peso y de una gigantesca transferencia de riqueza hacia los sectores hoy dolarizados. En el fondo, no se trata de una iniciativa pensada para brindar certidumbre a los potenciales inversores. Se pretende ofrecer un negocio de corto plazo que, como el Rodrigazo, con el tiempo terminará exacerbando la cultura del sálvese quien pueda, especialmente si tiene verdes en la mano.

Las condiciones atractivas para combatir el impulso a la dolarización no pueden pasar por ofrecer mayores rendimientos que el resto de los países (algo absolutamente pernicioso) sino por una garantía suprapartidaria de que se trabajará para fortalecer la moneda local y las reservas del Banco Central y que se respetarán los contratos en todos sus detalles, incluida la elaboración de los índices de inflación, salarios y tasas de interés que indexan a muchos bonos de la deuda. Lo sabemos: el dibujo de las estadísticas es una estafa que no se olvida fácilmente…

Dentro de ese pacto, debería incluirse un acuerdo marco para el desarrollo de un mercado de capitales regulado y transparente que acerque los distintos instrumentos de inversión al público, de modo que sea tan sencillo comprar bonos y acciones como constituir un plazo fijo. También, multiplicarse las opciones de inversión en pesos para vincularlas directamente con la industria y el agro.

En la antesala de las elecciones, a modo de puntapié, los principales candidatos, en lugar de pedir fe y esperanza al pueblo o inflar globos amarillos, deberían hacer pública una plataforma con las medidas económicas a tomar en caso de llegar a la presidencia.

Si las cumplen y son acertadas, generarán confianza. Si no, perderán legitimidad. Menos marketing político y más definiciones programáticas.

¿Es utópico el planteo? Prefiero pensar que es tan simple como necesario.