martes, 12 de enero de 2016

EL PÉNDULO ARGENTINO

Sábado por la mañana en el bajo de Victoria. El calor del incipiente verano invitaba a una pausa en el fútbol de once con amigos. Mientras tomaba agua, uno de ellos me preguntó por el blog y por mi opinión sobre el nuevo gobierno.  Aquel sábado sentía que era temprano para opinar. Hoy el panorama es un poco más claro.

La devaluación brusca se concretó. Era la primera prueba de amor exigida por el empresariado más poderoso, que celebró con mesura medidas como la eliminación de retenciones o la liberación del mercado cambiario, mientras espera una suba aún mayor del dólar para cumplir su promesa de liquidar las cosechas retenidas o de convertir sus divisas en pesos y anunciar inversiones.

Ellos, los grandes hombres de negocios, miran el horizonte y se frotan las manos imaginando los cambios impositivos por venir, probablemente enfocados en elevar sus márgenes de ganancia.

Sin embargo, todo indica que deberán esperar: el Estado no se encuentra en condiciones de tomar nuevas medidas que impliquen resignar ingresos impositivos. Es que si bien la deuda es baja, el déficit fiscal es alto y las reservas siguen flacas.

En términos financieros, podríamos decir que el gobierno kirchnerista dejó como herencia un “estamos bien, pero vamos mal”.

Recién cuando se alcance un acuerdo con los fondos buitre, la emisión de deuda en el exterior se convertirá en un recurso accesible para la administración macrista. De esa forma, podrá reducir el peso de algunos impuestos y financiar parte de sus gastos con los dólares del mercado internacional. Por supuesto, se trata de una opción riesgosa, pero ese es otro cantar...

La segunda prueba de amor consistirá en mantener a raya los salarios, una misión difícil si se tiene en cuenta que venimos de años de inflación sostenida y negociaciones salariales que, a fuerza de costumbre, se convirtieron en ley.

Alguna vez me pregunté por qué a los sectores más conservadores les molesta tanto la inflación. Llegué a la conclusión algo simplista de que los irrita porque el aumento del costo de vida genera reclamos de actualización salarial y une a los empleados en sus demandas. 

En términos sociológicos, la suba de precios contribuye a crear conciencia de clase entre los trabajadores.
  
La contención de los salarios que propugna el Gobierno les permitiría a las empresas  locales y a las multinacionales reducir sus costos de producción medidos en dólares y aumentar sus beneficios, además de mejorar sus niveles de competitividad en una economía mundial invadida por artículos fabricados en países donde la mano de obra es realmente barata.

Si bien tantos años de paritarias han fortalecido la conciencia de clase a la hora de discutir salarios, existe una estrategia a la que las autoridades pueden apelar para contener los reclamos. Esa estrategia consiste en incrementar el desempleo.

Aunque ningún comportamiento social es lineal, el miedo a perder el empleo tiende a desalentar las actitudes desafiantes hacia aquel que puede decidir sobre nuestro futuro. Lo sabe bien el ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay, quien advirtió a los gremios sobre el peligro de “arriesgar salarios a cambio de empleo”.

La lógica indica que la amenaza debe formularse de manera inversa: “arriesgar empleos a cambio de salario”, pero dejémoslo ahí…

En el mar de despidos masivos que se da dentro del Estado, la estrategia de incrementar la desocupación para desalentar reclamos salariales parece tomar forma.

Entre los despedidos hay trabajadores contratados que merecían una regularización, como también empleados con salarios elevados y tareas mínimas o inexistentes. Al parecer, no hubo tiempo de analizar la situación de cada uno.

Es una muestra de política laboral y para muestra, a veces, basta un botón. 

El movimiento pendular parece ser el que eligió, una vez más, nuestra querida Argentina.