lunes, 27 de julio de 2015

DEVALUAR O NO DEVALUAR, ¿ESA ES LA CUESTIÓN? (EN HOMENAJE A JULIO NUDLER, A 10 AÑOS DE SU MUERTE)

* Para sus lectores y quienes quieran conocerlo: este post incluye, al finalizar el artículo, una nota suya sobre el tema de la devaluación, dos entrevistas con definiciones muy interesantes acerca del periodismo y la política y links a algunos de sus últimos artículos, que, por distintas razones, siguen vigentes.


Las elecciones se aproximan y el debate brilla por su ausencia. Ante los medios, los candidatos evitan hablar de las medidas que tomarán o explicar cómo las implementarán y prefieren criticar a sus oponentes por el camino que, se supone, elegirán en caso de ganar.

No obstante, de ese mar de críticas se pueden extraer definiciones interesantes sobre temas que preocupan a la sociedad.

Uno de esos temas es el tipo de cambio.

En líneas generales, para los candidatos más conservadores resulta indispensable devaluar el peso para mejorar la competitividad de la economía. Para los progresistas, debe evitarse una suba del dólar que dispare los precios y reduzca el poder de compra de los asalariados.

Llamativamente, los contendientes y sus asesores parecen no atender a la realidad: hace siete años, tras el estallido de la crisis internacional, el dólar tomó un camino alcista del que ya no pudo escapar y que por momentos profundizó, en especial cuando la pérdida de reservas, el desequilibrio fiscal y el estancamiento económico alentaron especulaciones en la City. 

Podría decirse que unos piden que suceda lo que ya sucede (la devaluación del peso) y otros advierten sobre el peligro de que ocurra lo que en efecto ocurre, aunque por momentos lo olvidan.

El gráfico permite observar un dólar oficial que entre 2003 y 2008 se negoció en torno de los 3 pesos y que luego, en un período similar de tiempo, triplicó su valor:


En una primera aproximación, resulta sorprendente que el debate mediático derroche tinta en la moneda cuando, de hecho, hay una marcada devaluación en curso.

Una mirada más atenta obliga a interpretar ambas posturas:

Quienes llaman a devaluar desde una óptica conservadora, en realidad pretenden un salto abrupto del tipo de cambio en beneficio del capital y en perjuicio del trabajo.

Esperan que los salarios medidos en dólares bajen de inmediato, que las empresas mejoren sus márgenes de ganancia en el corto plazo gracias a la suba de precios y que aumente la riqueza de quienes poseen activos en el exterior y de las compañías que exportan sus productos.

Poco o nada dicen de los efectos no deseados en el bolsillo de los trabajadores…

En la otra orilla, también reina el “mejor no hablar de ciertas cosas”Cuando se vincula la suba del dólar únicamente con el juego oscuro de los especuladores, se pasan por alto las fallas estructurales que impulsan la demanda genuina de “verdes” y, a la vez, facilitan los ataques.

Un ejemplo es la política de desendeudamiento que implementó el Gobierno. En un primer momento, resultó acertada, pero luego se convirtió en un mandamiento que limó las reservas internacionales y generó un terreno fértil para las especulaciones con el dólar.

Quien tiene 50 y debe pagar 100 en dos cuotas, no puede destinar todos sus ahorros a pagar la primera cuota porque se tornará un deudor sin fondos y, por lo tanto, sin cintura para sortear los embates del capital financiero, que buscará provocar una corrida cambiaria (devaluación) para luego comprar los activos locales a precios de remate.  

Demonizar la emisión de bonos en dólares y saldar vencimientos preferentemente con reservas implica desconocer que hay distintas maneras de endeudarse. No es lo mismo tomar dinero para financiar gastos corrientes y disimular una mala administración que hacerlo para crecer y generar recursos.

Mientras que en los ’90 se tomaron prestadas divisas para cubrir el déficit comercial derivado de la sobrevaluación del peso y pagar los crecientes intereses de esa misma deuda, las últimas colocaciones internacionales de bonos de YPF, controlada por el Estado, nos hablan de emisiones pensadas para engrosar las reservas y, a la vez, incrementar la producción nacional de hidrocarburos.

Encerrada en su laberinto, la demonización del endeudamiento terminó debilitando las defensas y forzando en los últimos meses un giro en el discurso de algunos funcionarios que -imaginamos- se extenderá durante el próximo gobierno, probablemente sciolista/kirchnerista. Un mes después de nuestro artículo “BONAR 24: ¿Se terminó el ciclo del desendeudamiento?”,  el presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, tomó la posta y afirmó que “la etapa del desendeudamiento en la Argentina tocó un piso”.

Creemos que devaluar o no devaluar no es la única cuestión a resolver. Ni siquiera es la más urgente en un mundo que no logra escapar de la crisis y amenaza constantemente con estallar. Puede que no sea sencillo alimentar las reservas y reducir el déficit fiscal, pero es tan importante como seguir fomentando el desarrollo de la industria y la creación de empleo.

EL RECUERDO DE JULIO NUDLER

Lo cierto es que el debate sobre la necesidad de devaluar la moneda no es nuevo. Se planteaba, tal vez con mayor dramatismo, cuando el menemismo llegaba a su fin y la Alianza asomaba con fuerza.

Para repensar las posturas que hoy se asumen de antemano y abrirse a una discusión sincera, traigo al presente una nota de mi padre, Julio Nudler, quien nos dejó su legado hace exactamente diez años.

En este 27 de julio quiero evocar su figura como maestro de periodistas y regalarle un mimo a pesar de la distancia infinita.

La nota es de agosto del ‘99 y anticipaba una discusión que recorrió los pasillos del Ministerio de Economía del gobierno de la Alianza. Finalmente, aquellas voces fueron acalladas por intereses políticos y económicos y no hubo lugar para una salida ordenada de la Convertibilidad.

El escenario era otro. Por entonces, los desequilibrios no se cubrían con una mayor emisión de pesos sino con gigantescas colocaciones de deuda en moneda extranjera. No aumentaban los precios, aunque sí la dependencia.

Va la nota y, más abajo, un bonus track imperdible:


PÁJAROS DE MAL AGÜERO, por Julio Nudler

Desde hace casi cinco años almuerzan jueves por medio. El plato central es siempre el mismo: devaluación con fritas o puré, a veces a la coreana, otras a la rusa, y más recientemente a la brasileña. Sueñan con el día en que su apetecido manjar les sea servido alla argentina, aunque no concuerdan sobre todos los ingredientes de la receta ni el chef más idóneo para prepararla. Los conjurados son nueve. Dicen que predican la devaluación por afán de verdad y amor a la patria, pero hay gente que los mira como a pájaros de mal agüero. Se llaman Héctor Valle (desarrollismo y Frepaso), Eduardo Conesa (ex Fuerza Republicana), Eduardo Curia (justicialismo), Daniel Pérez Enri (UCR), Roberto Favelevic (UIA), etcétera. Juan José Guaresti (nieto), director del Banco Central entre 1983 y 1985 por decisión de Raúl Alfonsín, conservador de tinte nacionalista, oficia de anfitrión en su viejo estudio de la calle Tucumán, donde cuelga una panoplia por encima de la boiserie, como presagiando guerra. Los miembros de esta cruzada sienten que, por decir la verdad que otros callan, se los condena al ostracismo. Dicen saber que la verdad a menudo devora a quienes la levantan. Lo sintió en carne propia el aristócrata Winston Churchill, quien por haber denunciado, aun antes del Tercer Reich, que Hitler era el gran peligro para Europa, fue gradualmente apartado de la sociedad inglesa. El comienzo de la guerra lo salvó de la ruina, porque lo habían convertido en un paria. De todas formas, los pertinaces miembros del llamado Encuentro de Economistas Argentinos no se sienten tan solos en el mundo. Citan por ejemplo a los economistas Jeffrey Sachs y Paul Samuelson, ambos de posición contraria a la convertibilidad y al tipo de cambio fijo, y hasta un escrito de Robert Rubin, secretario del Tesoro estadounidense, en el que hace años indicó que el peso estaba sobrevaluado y esto le ocasionaría toda suerte de problemas a la Argentina. Del pensamiento vivo de los devaluacionistas pueden espigarse las siguientes convicciones.

* La devaluación es inevitable. Y hay sólo dos clases de devaluación: la que hacen los gobiernos y las que impone el mercado.

* En la Argentina hubo dos devaluaciones exitosas, hechas por el gobierno: la de Krieger Vasena en 1967 y la de Sourrouille en 1985. Al día siguiente el país respiró y ese aire le alcanzó por cierto tiempo. Hubo también devaluaciones fracasadas, como la de Federico Pinedo en 1962. Al día siguiente lo echaron. Lo único que había hecho era devaluar, sin haber preparado otro conjunto de medidas.

* Las devaluaciones decididas por los mercados nunca son exitosas, porque los mercados deciden normalmente a expensas de los pueblos.

* Las devaluaciones no deben improvisarse ni son para improvisados. Un gobierno serio, firme, capaz, puede organizar una devaluación con bajo costo. Algún costo siempre habrá: no hay devaluaciones gratuitas. Pero por el camino actual, la Argentina no tiene salida.

* El país está en crisis por la sobrevaluación del peso. Los dos principios básicos de una buena economía son una moneda correctamente valuada y un presupuesto estatal en equilibrio. Si hay algún desequilibrio, que sea para obras y no para ñoquis.

* Cada día hay más deuda, más intereses a pagar y más déficit fiscal. En el 2000 la Argentina tiene que juntar 24.000 millones de dólares. Con sobrevaluación cambiaria no pueden aumentarse las exportaciones ni reducirse la desocupación. Esta paridad convierte al desempleo y la caída de empresas en estructurales. El Estado, en vez de emitir moneda, emite deuda, externa sobre todo. Este es otro de los morbos provocados por la sobrevaluación.

* La economía argentina no es improductiva. El agro soporta altas tasas de interés y peajes que son exacciones legalizadas, y aun así compite con la producción de países que subsidian al campo. La Argentina prefiere, al sobrevaluar el peso, subsidiar al productor extranjero.

* Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial, empezó con un marco infravaluado. Lo mismo ocurrió con Japón y posteriormente con Corea. Para lanzar a la Argentina a exportar no basta con eliminar la sobrevaluación cambiaria. El peso debería estar subvaluado.

* Los que afirman que una devaluación provocaría un aumento equivalente de los precios, por lo que resultaría inútil además de desastrosa, no leen los diarios desde hace años. Inglaterra devaluó la libra en 1992, y también fueron devaluados el franco francés, la corona sueca, la peseta, el won coreano y el real. En ninguno de esos casos hubo una estampida de precios. En la Argentina hay un tremendo margen de capacidad ociosa. Ante una devaluación, lo más probable es que haya sólo un pequeño reacomodamiento de precios, como sucedió este año en Brasil.

* Al problema de los endeudados en dólares habrá que darle alguna solución política, aunque hay que admitir que la devaluación causará algún dolor. Pero es preciso que anticiparse a un dolor futuro que será mayor. El camino del desajuste cambiario no lleva a ninguna parte.

* Al haber atado el peso al dólar, la Argentina renunció a su soberanía cambiaria. Pero todos los países del mundo, salvo éste, Hong Kong, Bulgaria, Panamá, Sierra Leona, Monrovia y otros pocos y no significativos, preservan la facultad de modificar su paridad de acuerdo a las necesidades de sus economías. Fue razonable atar el peso en 1991, tras la hiperinflación, pero sólo como un recurso temporario.

* Los encuentristas sienten desconfianza hacia la globalización y el liberalismo inculcado a los argentinos por universidades de países que no lo aplican. Salvo la Argentina, todos los países protegen su producción nacional. Aunque sea paradójico, hoy devaluar es nacionalista.

* Quizás exista el peligro de que la devaluación se convierta en una profecía autocumplida: tanto hablar de ella que al final no quede más remedio que devaluar. En ese momento, los devaluacionistas de la primera hora serán los chivos expiatorios. Pero el Encuentro no acepta ese mochuelo: la Argentina devaluará --o, más probablemente, la van a devaluar--, no porque lo haya predicado un pequeño club de economistas algo exóticos, sino por la fuerza de los hechos. Lula, ese líder brasileño supuestamente izquierdista que tiene tantos votos como todo el electorado argentino, decía en agosto del año pasado que el real estaba muy sobrevaluado. Cardoso lo negó, ganó las elecciones y poco después a Brasil lo devaluaron en un 40 por ciento, luego de haber perdido 40.000 millones de dólares. Todo por no devaluar cuando Lula lo dijo.

* Acá no hay ningún Lula. Ninguno de los mayores candidatos admite la devaluación. Pero eso es lo que dicen. Franklin Delano Roosevelt prometió a sus votantes que nunca haría entrar en guerra a Estados Unidos, pero ya en ese momento tenía resuelto declarar la guerra.

* Para el próximo presidente hay dos alternativas. Una es esperar que los hechos ocurran, y apechugar. La otra, tirarse a la pileta y devaluar. El que haga esto último puede terminar en la gloria o en el patíbulo, y más probablemente en éste.



BONUS TRACK

Dos entrevistas con definiciones de Julio Nudler sobre periodismo y política:



Algunas de las últimas notas de Julio Nudler que queremos recordar:

-         De títeres y titiriteros (La nota que Página/12 no quiso publicar. Para repasar la crónica de la censura, presione aquí)
-         Dulces negocios amargos (Monsanto)
-         Quién es el malo, quién el bueno (Eurnekian, AFIP y la Justicia)
-         Redrado dice que investigó a Macri (El caso Sevel)
-         Bergoglio no quiere misas (La Iglesia y las mineras)
-         Siembra sigue sembrando y Siembra oral (Estafas de la AFJP)


viernes, 3 de julio de 2015

INVERSIÓN FINANCIERA: ALTERNATIVAS AL DÓLAR

El último artículo debía una segunda parte. Así me lo hicieron saber cientos de lectores que aplauden a rabiar cada actualización del blog.

Me plantearon un desafío: recomendar alternativas al dólar, algo que puede resultar poco conveniente tanto para mí como para ustedes. Además, soy consciente del público heterogéneo que bucea libredepauta.

Sin embargo, asumiré el riesgo con una serie de tips y un gráfico imperdible que pueden generar buenas ideas en materia de inversión. Antes, quiero recordar que el fin de esta columna es contribuir a que los ahorros se orienten hacia activos más o menos saludables para la economía.

  • El primer paso: en nuestro país, cualquier cliente de un banco puede acercarse a una sucursal y abrir una cuenta comitente asociada a su caja de ahorro para comprar y vender bonos y acciones. Esa cuenta comitente toma automáticamente dinero de la caja de ahorro para las operaciones que el inversor ordena vía homebanking o por teléfono.


  • Acciones: al comprar acciones de una empresa, el ahorrista se convierte en dueño de una parte pequeña de la compañía.  Por eso es importante elegir una firma que se preocupe por sus accionistas minoritarios y respete sus derechos. Conviene elegir empresas que promuevan la expansión de sus negocios y se fijen como meta presentar buenos balances para pagar dividendos razonables y reinvertir las ganancias, lo que redundará, además, en un crecimiento de la economía. Por otra parte, al volcar dinero al mercado de capitales, los ahorristas promueven el financiamiento de las empresas y una mayor transparencia de sus negocios a través de la publicación de los estados contables en la Bolsa, siempre que se los controle correctamente.


  • Bonos: al comprar títulos emitidos por empresas, la Nación o las provincias, uno se convierte en acreedor de esa deuda. Por lo tanto, a la hora de elegir bonos es importante confiar en que el deudor va a saldar sus compromisos en tiempo y forma. Actualmente, el Estado Nacional ofrece títulos de distinta naturaleza que cotizan en la Bolsa. Los hay en pesos indexados por CER, por la tasa de los plazos fijos, por los intereses que paga el Banco Central o por la cotización oficial del dólar. También los hay en dólares. La elección depende del interés del ahorrista, su comodidad y los pronósticos que maneja. En todos los casos, con la compra de bonos se ayuda al deudor a cubrir sus gastos corrientes o destinar más dinero a inversiones (como en el caso de YPF y sus obligaciones negociables que mencionábamos en la última entrada).


  • Lobos: en los mercados operan miles o millones de actores. Están los más preparados y los menos. Los mejor informados y los que con suerte leen el diario de ayer antes de comprar o vender. En ambos casos, conviene ser de los primeros: investigar para formarse, leer noticias y columnas de opinión y tener siempre presentes las experiencias de inversión propias y ajenas. De esa forma, se podrán comprender los movimientos especulativos del mercado y evitar que las subas y bajas o los titulares interesados deriven en decisiones apresuradas.


  • Ejercicio: no conozco a nadie que, habiéndose esforzado el primer día de rutina en un gimnasio, no haya terminado muy dolorido o incluso lesionado. Con el dinero sucede lo mismo. La volatilidad de precios es una característica intrínseca de los mercados financieros a la que el ahorrista debe ir acostumbrándose para minimizar su impacto emocional. El problema radica en la obsesión por el movimiento diario de las cotizaciones. ¿Acaso quien compró dólares en el mercado paralelo se altera por la baja de los últimos meses? Si no lo hace es porque confía en que tarde o temprano la divisa subirá. Quien compra acciones de una empresa prolija y en expansión debería actuar de la misma manera. ¿Qué sentido tiene preocuparse por las variaciones de cada día si se piensa como una inversión a largo plazo?


El siguiente gráfico de mi amigo Leandro F ilustra las ganancias en pesos, medidas en porcentaje, que brindaron acciones argentinas de distintos rubros de la economía y el dólar en sus versiones oficial y blue entre enero de 2003 y junio de 2015. Sorprende, a simple vista, la diferencia entre el rendimiento de los papeles de Telecom, el Grupo Financiero Galicia y la limonera San Miguel con el billete verde (presionar sobre el gráfico para verlo más claro):




La medición comienza en 2003 por dos motivos: los datos previos no eran fiables para confeccionar el gráfico y, además, ese fue el año en que el nuevo modelo productivo se asentó a partir de la recuperación de economía y el triunfo del kirchnerismo en las urnas.

En enero de aquel año, el dólar se negociaba en torno de los 3,20 pesos y acumulaba una suba del 220% desde el fin de la Convertibilidad, mientras que las acciones comenzaban a salir del pozo en que habían caído tras aquella salida abrupta del 1 a 1 y la declaración del default. En perspectiva histórica, se puede decir que uno estaba caro y las otras, baratas. No obstante, eso no les impedía a muchos economistas pronosticar una suba meteórica del billete estadounidense hasta los 10 pesos, barrera que recién superó el blue una década después, en mayo de 2013.

Finalmente, cabe aclarar que en el gráfico se contemplan las distribuciones de dividendos y los splits para medir con mayor precisión el rendimiento de las acciones en pesos.

Como se verá, mientras que el dólar oficial subió poco más del 150% frente al peso y el paralelo rondó el 300%, a excepción de la productora de aluminio Aluar, las acciones elegidas rindieron más del 1.000%. En el medio, registraron fuertes subas pero también caídas importantes que asustaron a muchos. El balance, sin embargo, resultó más que positivo.

Las acciones fueron seleccionadas por ser representativas de distintos sectores de la economía. Muchas otras, pertenecientes a los mismos sectores y a otros, ofrecieron rendimientos similares o incluso mayores.  Por el contrario, unas pocas, como la papelera Massuh, quebraron y los accionistas perdieron su inversión, ya sea porque no quisieron vender los papeles cuando el rendimiento era negativo o porque no se les brindó acceso a lo que realmente sucedía con los números de la empresa. Es el día de hoy que mi esposa me lo recuerda…

OTROS TIPS PARA INVERSORES

  • Lógica de mercado: en el mundo financiero reina la especulación sobre lo que ocurrirá con los precios de los distintos activos. Las cotizaciones se rigen no tanto por el presente de la economía y las empresas sino más bien por lo que los grandes jugadores del mercado imaginan que sucederá en el futuro. Comprender esto servirá para evitar preguntas del tipo: “¿Por qué sube la Bolsa si la economía está en recesión?”

  • Lógica II: hay quienes sostienen que el capital no tiene ideología. Los mercados financieros sí la tienen y suelen abrazar las medidas económicas liberales de corte conservador pese a que en general aseguran ganancias corporativas (empresariales) en el corto o mediano plazo pero generan graves desequilibrios en el largo. (Yo también tengo ideología.)

  • Lógica III: en las Bolsas la regla suele ser inversa a la de las vidrieras (salvo las exclusivas). Cuando los precios suben, las acciones se tornan más atractivas. Cuando bajan, nadie las quiere. Detrás está la idea de que lo que aumenta siempre tiene razones para hacerlo y lo que baja no tiene motivos para detener la caída. Esta regla suele generar burbujas de precios cuando la tendencia es muy alcista y el optimismo no da lugar a miradas críticas. Esas burbujas terminan, por lo general, en derrumbes de las cotizaciones que afectan a muchos desprevenidos. En la otra margen, cuando se producen bajas que no parecen tener fin y el pesimismo domina la escena, aparecen los riesgos de quiebras pero también las grandes oportunidades de inversión. Primera anécdota: con relación al sesgo alcista, cómo olvidar aquel diálogo entre Magdalena Ruiz Guiñazú, Edgardo Alfano y Arturo Piano, donde el director ejecutivo del Banco Piano aseguraba que el oro, en ese momento (agosto de 2011) a 1.900 dólares la onza, seguiría subiendo en los años venideros. Nada de eso ocurrió. Quien le creyó, perdió y por afano. 

  • Lógica IV: El ejemplo de Piano nos sirve para comprender que muchos de los conocedores del mercado que hablan en los medios o difunden sus informes a los clientes de bancos y sociedades de Bolsa esconden intereses muchas veces opuestos a los del público inversor. Pueden recomendar un activo simplemente porque quieren venderlo a buen precio, cobrar comisiones por cada operación o alentar su venta para comprarlo a valores de remate. Segunda anécdota: corrían los primeros meses de 2008 y este bloguero cursaba el programa de Experto en el Instituto Argentino de Mercado de Capitales. Consultada por un compañero de fila, la profesora -con un cargo importante en la Bolsa de Buenos Aires-  admitió que las acciones de Clarín salieron a cotizar y se vendieron en masa a las AFJP a un precio muy superior al que ella hubiera aceptado de buena fe. La profesora explicó que la agencia calificadora de turno, contratada por el propio grupo mediático, avaló sin chistar la emisión. El caso cobraría difusión más adelante en otros medios a partir de la pelea entre el Gobierno y Clarín, pero en aquella oportunidad, pude escucharlo de primera mano. “Con algunos, no se puede hacer nada”, reconoció. Este tipo de operaciones se repite sin solución de continuidad en los mercados. Los intereses de muchos especialistas son diametralmente opuestos a los de su auditorio. ¿Qué sentido tiene, entonces, escuchar los consejos de calificadoras de riesgo como Moody’s, Standard & Poor’s y otras más interesadas en satisfacer a sus clientes (empresas emisoras, grandes inversores, gobiernos y medios de comunicación) que en actuar de buena fe ante los ahorristas? Para saber quién es quién, es necesario ir conociendo el paño…

Para concluir: uno puede comprar acciones y venderlas en el corto plazo o mantenerlas durante meses o años. Para reducir los riesgos, conviene buscar papeles de empresas que estén bien dirigidas y tengan fundamentos para aumentar su valor en el tiempo. Cuesta. No es fácil, pero tampoco imposible.