La
nueva emisión de los bonos Bonar con vencimiento en el año 2024 generó, como
casi todas las acciones del gobierno nacional, aplausos y críticas.
Aplausos,
porque Argentina realizó una emisión de deuda en dólares que le permitió
alimentar sus reservas y erosionar el poder de los agentes que especulan con un
alza de la divisa en el mercado paralelo. Y porque lo hizo a pesar de las
piedras que arroja en el camino el juez Thomas Griesa.
Críticas,
porque la tasa que se pagó es alta, más allá de que se encuentre por debajo de
los dos dígitos. Para muestra, basta un botón: un bono similar emitido por
Uruguay paga en el mercado internacional un interés apenas superior al 3%
anual, contra el 8,95% que ofreció el Estado argentino.
Nuevamente
se escuchan aplausos cuando se difunden, extraoficialmente, detalles de la
colocación: la mayoría de los compradores de Bonar fueron fondos de inversión
europeos. Las tasas altas son muy atractivas, pero no alcanzan para convencer a
los banqueros del Viejo Continente, que miran de reojo a Griesa y los buitres. Detrás
de la demanda de bonos –puede suponerse- hay acuerdos políticos para combatir a
los sectores más nocivos del capital financiero con ayuda de los capitalistas
amigos, que así vuelven a ejercer una influencia potencialmente peligrosa.
Lo
cierto es que más allá de los elogios y los reproches, la primera pregunta que
surge es si la nueva emisión de Bonar terminará siendo nociva o positiva para
la Argentina en términos financieros.
La
demanda de los bonos, que triplicó la oferta original, permite prever más
colocaciones en un futuro próximo, en especial si se observa que la cotización de
los Bonar subió en los días posteriores a la emisión, lo que se traduce en una
reducción –por ahora muy leve- de las tasas de interés que está dispuesto a
aceptar el mercado.
Sin
embargo, resulta difícil creer que las autoridades del Palacio de Hacienda repitan
la maniobra si no necesitan dólares con urgencia. Nadie con buenas intenciones
endeuda a un país a tasas altas sólo para enrostrarle a los buitres que sus
ataques no le impiden emitir de deuda en los mercados.
Además,
nuevas colocaciones bajo las mismas condiciones podrían ser contraproducentes:
en momentos en que los fondos de inversión internacionales comienzan a
depositar su confianza en el país, más emisiones con intereses que duplican el promedio
de la región hablarían de una desesperación por los dólares que podrían atentar
contra la nueva tendencia.
Entonces,
¿habrá nuevas emisiones de deuda antes de las elecciones? El tiempo lo dirá. El
tiempo y las cotizaciones de los bonos argentinos en los mercados. Si los
precios suben y las tasas bajan, habrá más chances de que se multipliquen las
colocaciones en Buenos Aires y en los mercados del exterior donde la palabra de
Griesa no es santa.
Sucede
que para los administradores de fondos y los banqueros internacionales, cuanta
más capacidad tenga un país de endeudarse a tasas bajas, más confiable será,
siempre que no se superen límites todavía muy lejanos para el Estado argentino…
Y
si nos preguntamos para qué realizar nuevas emisiones, la respuesta nos lleva a
dos planos:
El
primero es el de la continuidad de un proyecto de país que necesita fondos
frescos para sostener sus políticas de impulso al desarrollo económico y al consumo
interno sin prestar demasiada atención a los desequilibrios financieros en que
ha caído.
El
segundo es el electoral, donde operan tanto las inversiones económicas y
sociales del Estado como los fondos que puedan destinarse a la pauta oficial y
las campañas proselitistas.
Por
lo pronto, el Bonar 24 introdujo un cambio en el discurso oficial, que parece
olvidar su postura casi ortodoxa en contra del endeudamiento y omite que por
los 1.400 millones de dólares recibidos se terminarán pagando, al cabo de diez
años, 2.300 millones de dólares.
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