lunes, 25 de mayo de 2015

DE SUIZA A ESTADOS UNIDOS: LA NUEVA FUGA DE CAPITALES ARGENTINOS

El cliente argentino está preocupado. En abril, pidió abrir una cuenta en un banco internacional con sede en Nueva York, pero un mes después el trámite sigue demorado. Tiene dólares depositados en Suiza. Los fugó del país sin declarar antes del Corralito de De la Rúa y Cavallo, cuando los controles a la salida de divisas eran prácticamente nulos.

El viaje que emprendieron sus dólares en aquellos tiempos tumultuosos tuvo como primer destino Uruguay, donde aún existen miles de cuentas de argentinos sin declarar, pese a las promesas de transparencia de los gobiernos del Frente Amplio. Luego, continuaron camino hacia tierras helvéticas para reposar hasta hoy en un ignoto banco de Ginebra.

¿Qué fue lo que los sacó de la modorra? El reciente escándalo de las cuentas no declaradas en el HSBC de Suiza conocido como SwissLeaks. Gracias a la información que sustrajo el ingeniero en sistemas Hervé Falciani, el fisco francés pudo conocer en detalle más de 130.000 depósitos que escondían dinero generado en operaciones lícitas pero también en actividades ilegales e incluso criminales.

De esas 130.000 cuentas ocultas por el HSBC, unas 4.000 tienen acento argentino. La AFIP llegó a un acuerdo con el gobierno francés y obtuvo el listado. Los titulares son familias con alto poder adquisitivo, empresarios millonarios y grandes compañías.

Por eso, el cliente argentino -que pertenece al grupo de los ahorristas internacionales más modestos- está preocupado. Teme que tarde o temprano su capital no declarado sea detectado. Pasa otra semana y vuelve a preguntar en el banco neoyorquino.

Del otro lado del teléfono, el agente o banquero -como le gusta llamarse- ensaya una nueva respuesta. Esta vez, no le garantiza que en los próximos días la cuenta estará disponible para transferir el dinero. Le explica que son muchos los interesados en enviar fondos desde Suiza hacia Estados Unidos y que el trámite está paralizado.

Como si hiciera falta, la información es chequeada con un agente de otra entidad. “Hay un movimiento de capitales que complica todo. El escándalo SwissLeaks y los pronósticos sobre una posible caída de los mercados internacionales hace que los bancos se vuelvan más selectivos. Muchos ya no aceptan abrir cuentas inferiores a los 2 millones de dólares” –confirma desde Miami.

El cliente argentino cuelga el teléfono. A pesar de los contratiempos, se dice que insistirá con la operación. Sabe que en Nueva York sus activos quedarán a resguardo de toda fiscalización de la AFIP.

Es paradójico. Mientras la política económica nacional se ve afectada por las decisiones antojadizas del juez neoyorquino Thomas Griesa, para el fisco argentino no hay paraíso financiero más impenetrable que el estadounidense.

Si ya en 2012 distintos estudios estimaban que el dinero argentino en el exterior o escondido bajo el colchón iba desde los 205.000 millones de dólares hasta los 440.000 millones, la evolución que registraron desde entonces los principales mercados financieros nos permite calcular para la actualidad un monto total fugado de entre 250.000 millones de dólares y 550.000 millones.

En gran medida, ese dinero se encuentra en suelo norteamericano y en los paraísos naturales y fiscales protegidos por Washington.

Lo concreto es que si promediamos –porque nos gusta promediar- la fuga en 400.000 millones de dólares y calculamos que más de la mitad no está declarada, podemos llegar a dos conclusiones dolorosas:

Por un lado, la evasión al fisco de grandes empresas, familias ricas y ahorristas argentinos con alto poder adquisitivo a través del no pago del impuesto a los bienes personales superaría los 2.000 millones de dólares anuales.  

Por el otro, no serían menos de 3.000 millones de dólares los que se pierden cada año en comisiones a bancos extranjeros por la compraventa de activos financieros (acciones y bonos, por ejemplo) y en concepto de mantenimiento de cuenta.

El primero es dinero que podría volcarse directamente a la inversión pública en infraestructura, educación, salud, asignaciones sociales y seguridad.

El segundo, un capital fundamental que termina en manos extranjeras y ya no regresará, equivalente a la mitad del superávit en dólares que registró en todo 2014 la balanza comercial argentina.

¿Cómo se revierte este proceso? Sigue pendiente una respuesta efectiva.

viernes, 1 de mayo de 2015

BONAR 24: ¿SE TERMINÓ EL CICLO DEL DESENDEUDAMIENTO?

La nueva emisión de los bonos Bonar con vencimiento en el año 2024 generó, como casi todas las acciones del gobierno nacional, aplausos y críticas.

Aplausos, porque Argentina realizó una emisión de deuda en dólares que le permitió alimentar sus reservas y erosionar el poder de los agentes que especulan con un alza de la divisa en el mercado paralelo. Y porque lo hizo a pesar de las piedras que arroja en el camino el juez Thomas Griesa.

Críticas, porque la tasa que se pagó es alta, más allá de que se encuentre por debajo de los dos dígitos. Para muestra, basta un botón: un bono similar emitido por Uruguay paga en el mercado internacional un interés apenas superior al 3% anual, contra el 8,95% que ofreció el Estado argentino.

Nuevamente se escuchan aplausos cuando se difunden, extraoficialmente, detalles de la colocación: la mayoría de los compradores de Bonar fueron fondos de inversión europeos. Las tasas altas son muy atractivas, pero no alcanzan para convencer a los banqueros del Viejo Continente, que miran de reojo a Griesa y los buitres. Detrás de la demanda de bonos –puede suponerse- hay acuerdos políticos para combatir a los sectores más nocivos del capital financiero con ayuda de los capitalistas amigos, que así vuelven a ejercer una influencia potencialmente peligrosa.

Lo cierto es que más allá de los elogios y los reproches, la primera pregunta que surge es si la nueva emisión de Bonar terminará siendo nociva o positiva para la Argentina en términos financieros.

La demanda de los bonos, que triplicó la oferta original, permite prever más colocaciones en un futuro próximo, en especial si se observa que la cotización de los Bonar subió en los días posteriores a la emisión, lo que se traduce en una reducción –por ahora muy leve- de las tasas de interés que está dispuesto a aceptar el mercado.

Sin embargo, resulta difícil creer que las autoridades del Palacio de Hacienda repitan la maniobra si no necesitan dólares con urgencia. Nadie con buenas intenciones endeuda a un país a tasas altas sólo para enrostrarle a los buitres que sus ataques no le impiden emitir de deuda en los mercados.

Además, nuevas colocaciones bajo las mismas condiciones podrían ser contraproducentes: en momentos en que los fondos de inversión internacionales comienzan a depositar su confianza en el país, más emisiones con intereses que duplican el promedio de la región hablarían de una desesperación por los dólares que podrían atentar contra la nueva tendencia.

Entonces, ¿habrá nuevas emisiones de deuda antes de las elecciones? El tiempo lo dirá. El tiempo y las cotizaciones de los bonos argentinos en los mercados. Si los precios suben y las tasas bajan, habrá más chances de que se multipliquen las colocaciones en Buenos Aires y en los mercados del exterior donde la palabra de Griesa no es santa.

Sucede que para los administradores de fondos y los banqueros internacionales, cuanta más capacidad tenga un país de endeudarse a tasas bajas, más confiable será, siempre que no se superen límites todavía muy lejanos para el Estado argentino…

Y si nos preguntamos para qué realizar nuevas emisiones, la respuesta nos lleva a dos planos:

El primero es el de la continuidad de un proyecto de país que necesita fondos frescos para sostener sus políticas de impulso al desarrollo económico y al consumo interno sin prestar demasiada atención a los desequilibrios financieros en que ha caído.

El segundo es el electoral, donde operan tanto las inversiones económicas y sociales del Estado como los fondos que puedan destinarse a la pauta oficial y las campañas proselitistas.


Por lo pronto, el Bonar 24 introdujo un cambio en el discurso oficial, que parece olvidar su postura casi ortodoxa en contra del endeudamiento y omite que por los 1.400 millones de dólares recibidos se terminarán pagando, al cabo de diez años, 2.300 millones de dólares.